Chicago Chico: Una inmersión a los bajos fondos

O el eco sincopado de una ciudad en blanco y negro

«Chicago Chico», de Armando Méndez Carrasco

El de 1962 fue un año en que el mundo nunca estuvo más cerca de una guerra nuclear debido a la crisis de los misiles en Cuba. Fue también el año en que Chile obtuvo un histórico tercer lugar en el Mundial de Fútbol celebrado en nuestro país. Por ese entonces, el sillón presidencial del Palacio de la Moneda lo ocupaba Jorge Alessandri Rodríguez. Y ese mismo año, en las imprentas de la capital se dieron cita las dos obras cumbre de la literatura de los bajos fondos: El río, de Alfredo Gómez Morel, que Pablo Neruda definiría como un «clásico de la miseria»; y Chicago Chico, de Armando Méndez Carrasco, escritor y columnista, quien fuera además funcionario público y carabinero.

Tras la muerte del padre, la familia de Fernando Escudero se desintegra. Sus hermanas se radican en casa de unas tías al sur de Chile, en Pitrufquén, mientras él y su madre se quedan a vivir en Santiago. «Los estudios secundarios y mi carrera de médico quedaron en el aire. ¡Ahora había que trabajar!», se lamenta Fernando. Sin embargo, al veinteañero no se le da bien el trabajo y la vida hogareña le hastía. Es su madre quien carga con las responsabilidades del hijo y es quien se ocupa de guiarlo por el buen camino, procurando, además, que en lo material no le falte nada. A la luz del cuidado materno, Fernando comienza una doble vida y, siguiendo los pasos de su difunto padre, se introduce en el corazón de la noche, transformándose en un asiduo parroquiano de La Buenos Aires, un salón de baile de mala muerte ubicado en calle San Diego donde, al ritmo del hot jazz, conoce a Olga, una experimentada prostituta de la cual Fernando —apodado Chicoco en ese ambiente, por su corta edad—, se enamora.

Portada de «Chicago Chico» de Armando Méndez Carrasco

Portada original de «Chicago Chico» (Fuente: MemoriaChilena.cl)

Chicago Chico es una novela de autoconocimiento, una novela de formación, lo que en inglés se conoce con el término coming-on-age, género literario (y cinematográfico) que se enfoca en el crecimiento personal del personaje. Un desarrollo que considera aspectos psicológicos y morales que acompañan al protagonista en su tránsito hacia la adultez. A estas características cabe añadir elementos autobiográficos que el autor combina entre memoria y ficción para introducirnos, con apego a la realidad, a los bajos fondos santiaguinos.

La voz del protagonista nos presenta a una serie de personajes pertenecientes al mundo del hampa, entre los cuales se encuentran delincuentes, cafiches y ladrones; una «cáfila hampona» compuesta por borrachos gozadores y violentos proxenetas, siempre acompañados por prostitutas a las cuales explotan y dicen proteger.

«No creo que haya nacido bajo signo fatal. Sin embargo, extraña inclinación me guiaba hacia caminos ilegales, caminos que dejaron un estigma en mi siquis». Estas son las palabras iniciales de Chicago Chico, con las cuales Chicoco comienza a dar luces en torno a su fascinación por el baile, el jazz y la agitada vida de los tugurios que frecuenta. La pobreza le angustia, la culpa le acorrala; es un holgazán con espíritu de vividor y lleva en su interior el germen de la noche. Es así como poco a poco va dejando atrás la vida hogareña, escudado en falsas promesas con las que engaña a su madre, para adentrarse en ambientes oscuros y peligrosos, donde se codea con la amistad y compañía de viejos delincuentes como Cachetón Pelota, Malalo, Muleta, Pomarropia, Carreta Vieja y Gomina. Durante este tránsito, o más bien, en el umbral de su conversión, este acólito del trasnoche descubre el sexo, el erotismo, el deseo y el amor junto a Olga, Persy y Ninoya, todas chicas del ambiente.

Armando Méndez Carrasco nos ofrece un relato desprejuiciado donde no hay denuncia ni juicio moral sobre sus personajes. Tampoco glorifica ni idealiza su forma de vida. Todo eso lo deja en manos (y criterio) del lector. ¿En qué otras circunstancias, más favorables para nosotros, podríamos conocer de primera fuente este micromundo, este ecosistema oculto (y paradójicamente, tan a la vista) que crece al margen de la sociedad? Es una burbuja que flota en las sombras, sin atender a los hechos históricos que le son contemporáneos (como los introducidos al inicio de esta reseña), aunque sí es consciente de la clase social a la que pertenece (hay un pasaje de la novela que resulta esencial para entender este aspecto, que es el retorno de Chicoco de Valparaíso a Santiago).

La gran literatura nos acerca a estas otras realidades, sin filtros y sin maquillaje. Y dado que se trata de un relato desde el interior y no desde la visión privilegiada de un mero espectador externo, el autor se vale de un lenguaje coloquial, popular, no impostado y natural, sin forzar el estilo ni caer en caricaturas. En su prosa, que los críticos de la época tildaron de vulgar y coprolálica, encontramos palabras que le son propias al «coa», nombre con el cual se conoce en Chile a la jerga carcelaria y delincuencial y a la que el autor dedicaría un diccionario publicado por editorial Nascimento en 1979, donde señala: «Los delincuentes, quizás inconscientemente, crearon el Coa como una necesidad social, como un medio de defensa con respecto a las clases organizadas». Muchas de las palabras recogidas en Chicago Chico, forman parte de la arqueología gramatical criolla y han sido reemplazadas, hoy en día, por otras que acabaron (o acaban muchas veces) mezcladas con el lenguaje de la calle. Su estilo queda así enquistado en una época precisa, provocando que en la actualidad se lea con la distancia que naturalmente se toma respecto a algo antiguo, quedando en el lector la sensación de estar frente a un relato «folclórico» y en algún sentido «exótico».

Retrato de Armando Méndez Carrasco

Armando Méndez Carrasco (Fuente: MemoriaChilena.cl)

Los sesenta años que distan desde su publicación y el propio contenido de la obra (que posee expresiones que hoy podríamos catalogar como «políticamente incorrectas»), obligan a leer Chicago Chico con una perspectiva que considere el contexto en la que fue escrita la novela, en atención a los valores de la época y en consecuencia con el lenguaje empleado por el autor. Por lo recién expuesto, no es posible juzgar una obra de estas características con los parámetros de la época que nos ha tocado vivir. Chicago Chico es hija de su tiempo, pero ¿qué novela no lo es?

Cabe destacar que, si bien Chicago Chico se lee como un texto independiente, es también la primera entrega de una tetralogía que está conformada por los títulos ¡Ordene mi teniente! (1965), Cachetón Pelota (1967) y La mierda (1970). Algunas de sus novelas y otras publicaciones del autor, junto a artículos y notas periodísticas, se encuentran —felizmente— disponibles en el sitio web Memoria Chilena al que puedes acceder a través de este enlace.

La novela avanza al ritmo del jazz con numerosas referencias a canciones y artistas de este estilo musical. Sus páginas se abren a una banda sonora que bien podría considerarse un personaje más en esta historia y que se manifiesta entre el humo de los cigarrillos, las conversaciones, las risas, el sudor, los besos, el alcohol y el baile. Fuera de sus páginas, sin embargo, ese mundo ya no existe y nada queda de él. El eco sincopado de ese Santiago en blanco y negro se ha desvanecido en los contornos de calle Merced y paseo Huérfanos, se ha diluido entre las galerías y almacenes, entre los supermercados y las tiendas de calle San Diego y San Antonio. Otros sonidos han venido a reemplazar a la voz aguardentosa de Louis Armstromg y al eco metálico de su trompeta. No obstante, algo de este espíritu proletario, peligroso y marginal, presente en la novela, sigue habitando estas calles, deambulando por estas arterias con una botella en la mano. Historias como la de Chicoco continúan circulando en las sombras, al acecho, conectándose unas con otras, en las estaciones del metro, en los paraderos de la micro o en los bares donde hoy solo se oye cumbia y reguetón. Son historias al margen, cubiertas por el manto de la oficialidad que llena semana a semana las vitrinas de las mall-llamadas «librerías» con títulos sintéticos, sucedáneos de la moda; novelas vacías, intrascendentes y que no valen siquiera el papel en que han sido impresas.

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Para terminar, me permito agregar una observación respecto a la edición que nos ofrece el Fondo de Cultura Económica: se agradece, por supuesto, el esfuerzo y el interés por rescatar del olvido a Armando Méndez Carrasco y su novela Chicago Chico. No obstante, dicho lo anterior, debo señalar que la edición de la novela deja mucho que desear, considerando las decenas de errores ortográficos que entorpecen la lectura. Los lectores y quienes estamos pagando por un «producto», entiéndase libro, nos merecemos un mínimo de respeto.

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A continuación, comparto una lista de reproducción que un usuario de la plataforma Spotify ha tenido la gran idea de crear y que incluye las canciones que aparecen mencionadas en la novela. ¡Ideal para acompañar la lectura!