Cerca del corazón salvaje: la ópera prima de Clarice Lispector 

o los fragmentos de Joan 

«Cerca del corazón salvaje», de Clarice Lispector

En la escuela nos enseñaron de pequeños —por lo menos a mi generación— que las novelas se estructuran en tres partes: planteamiento (introducción), desarrollo (nudo) y desenlace. Nadie, sin embargo, nos habló de otras formas de contar una historia, nadie nos introdujo en perspectivas distintas para describir (o no) a los personajes, nadie nos mencionó que fuera de la estructura canónica existían arquitecturas literarias novedosas, arriesgadas, desafiantes. Y definitivamente, nadie nos habló de Clarice Lispector.

Cerca del corazón salvaje es una novela en la que se narra la historia de Joan, su protagonista, a partir de fragmentos, es decir, la obra no sigue una narración lineal en la forma tradicional y tampoco cuenta con un orden cronológico establecido. Se trata de un relato biográfico que se desarrolla, básicamente, en dos tiempos: el primero nos presenta a Joan cuando es apenas una niña en tránsito a la adolescencia (a la manera de una novela de formación); y la segunda, nos muestra a una Joan adulta que lidia —Lídia (permítanme adelantar el juego de palabras)— con el peso de sus reflexiones. Ambos tiempos se entrelazan en capítulos intercalados que dan cuerpo a una Joan compleja, (in)completa, contradictoria —¿y quién no?—; una protagonista que ahonda, sobre todo, en sus dimensiones psicológicas.

El inicio de la novela es fantástico y nos recuerda al capítulo VII de Ulises de James Joyce, donde la trama se mezcla con los ruidos naturales de una oficina de redacción y la voz de los objetos crea un pequeño caos. En la novela de Lispector los objetos al inicio tienen voz, se expresan a través de onomatopeyas y nos introducen de lleno en el ambiente hogareño de la infancia de Joan. Luego, esos objetos vuelven a ocupar su lugar entre el silencio de las cosas y aparecen esbozados, mencionados —con intencionalidad, huelga decir— como parte de un decorado que viene a enriquecer el imaginario de la obra. La novela comienza así:

Tac, tac… tac, tac… golpeaba la máquina de papá. El reloj se despertó en tic-tac sin polvo. El silencio se arrastró zzzzz. ¿Qué decía el guardarropa? Ropa-ropa-ropa. No, no. Entre el reloj, la máquina y el silencio había una oreja escuchando, grande, rosada y muerta. Los tres sonidos estaban conectados por la luz del día y por el chirriar de las hojitas del árbol que se refregaban unas con otras radiantes.

Así como la novela, Joan, Otávio y Lídia también están fragmentados. Estos personajes que complementan el relato y que junto a Joan conforman un triángulo amoroso, viven entrampados en sí mismos, perdidos a su vez y enredados entre ellos, cada uno dando tumbos en su propio laberinto. Pese a esa fragmentación (o tal vez debido a ella), en la trama todos tienen voz y esta es una característica de Cerca del corazón salvaje:  cada personaje tiene su espacio, incluso  los secundarios, incluso  aquellos que la autora no nombra, incluso. Si bien Joan es nuestra protagonista, los personajes secundarios no son ornamentales, al contrario, poseen un peso específico en la historia y Lispector les dedica —como poco— un capítulo. 

A Joan y a los otros les cuesta expresar lo que quieren, lo que buscan, hacia dónde van. Sus conversaciones se traban o fluyen con dificultad y torpeza. En ese fluir accidentado se producen, en cambio, riquísimos paréntesis de conciencia. El encuentro entre Joan y Lídia es un claro ejemplo de lo anterior: el diálogo que sostienen oscila entre la empatía y la fricción, mientras ambas se miden y examinan con honestidad brutal. En este ejercicio, y a lo largo de la novela, Lispector aborda las complejidades de las relaciones humanas con tópicos que se repiten como el eco mudo de un corazón bombeando sangre: la soledad, el amor, la felicidad, la verdad, el silencio, la muerte, el cuerpo. De esta forma, Joan se adentra en extensos terrenos de aguda introspección y la palabra que abunda se derrama en digresiones psicológicas. Es entonces cuando surge la intimidad de la protagonista y sus pensamientos atraviesan el prisma. 

El agua ciega y sorda pero alegremente no muda, brillando y burbujeante de encuentro al esmalte blanco de la bañera. El cuarto sofocado por vapores tibios, con los espejos empañados, el reflejo del cuerpo ya desnudo de una joven en los azulejos húmedos de las paredes.

Como queda de manifiesto en el pasaje anterior, el estilo de Lispector es rico en metáforas novedosas, donde lo sensorial se encarna con lo lírico, ampliando un abanico que experimenta con imágenes originales de gran impacto visual. El andamiaje construido alrededor de la novela deja ver la pericia de su autora en el uso del lenguaje y la forma (técnica narrativa).

Cierro los ojos e imagino una conversación imposible entre Clarice Lispector, María Luisa Bombal y Virginia Woolf; todas escritoras notables que abordaron la literatura con originalidad y que crearon una voz propia que indaga en los surcos del alma humana y en la honda espesura del pensamiento femenino. Repito el ejercicio y no puedo imaginar una plática más interesante que la de estas autoras: conversaciones expresivas, abismales, reveladoras, cristalinas, honestas, genuinas, nebulosas; bordeando la esquina de sus inquietos corazones salvajes. Sin ser parecidas, ni de lejos, su sensibilidad y genialidad de alguna forma las hermana. 

Lispector se sumerge en aguas profundas de las cuales surge con una propuesta radical. La prosa, la inventiva y el lenguaje que utiliza en Cerca del corazón salvaje son en todo poderosos. Y es que la forma (técnica, estilo y experimentación) es a veces tanto o más importante que el fondo de una obra literaria.

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Debo advertir a los posibles lectores que la edición que yo leí corresponde a Ediciones Corregidor. Y si bien celebro que se publique en nuestro idioma las novelas de una autora como Clarice Lispector, debo al mismo tiempo expresar mi molestia por el pésimo trabajo de edición, que en este caso, está plagado de errores ortográficos que entorpecen la lectura. ¡Y lo que más molesta es que son errores evidentes! Adicionalmente, la traducción con acento porteño es comparable a una película mal doblada: no encaja la narración ni la voz de la autora con acento trasandino. Pero vaya, esto último ya es una cuestión de preferencias; los errores ortográficos, no.