Guerra y Paz: La obra monumental de León Tolstói en la gran pantalla
O cómo capturar a un mamut literario
Cuando el mago francés Georges Méliès descubrió el artefacto con el que los hermanos Lumière deslumbraron a la sociedad del París finisecular, pensó, como es lógico, que esta invención milagrosa le permitiría llevar sus trucos de magia a horizontes lejanos y alcanzar cotas de espectacularidad como nunca antes el mundo había visto. Hasta entonces, los Lumière se habían encargado de retratar, con imágenes en movimiento, a los franceses saliendo de las fábricas (en Lyon) o esperando la llegada del tren (en Bouches-du-Rhône), sentando las bases del cine documental. Méliès, por su parte, se encargaría de crear, inventar y promover nuevas realidades para hechizar a esa misma sociedad, echando guante a un imaginario y poder creativos sin parangón, que lo convertiría en un pionero del cine. Hablamos de pionero en el amplio sentido de la palabra, pero en lo tocante a este artículo, lo fue al consentir, por vez primera, el matrimonio indisoluble entre la literatura y el cine, adaptando con libertad creativa las obras De la tierra a la luna, de Julio Verne; y Los primeros hombres en la luna, de H. G. Wells. Inspirado en estas obras y recogiendo nuevas fuentes, Georges Méliès dio vida al cortometraje Le Voyage dans la Lune. Corría el año 1902. Cabe consignar que en 1897 los Lumière filmaron un cortometraje inspirado en la novela Los Miserables, de Víctor Hugo, que, por su naturaleza, es difícil considerarlo como una adaptación propiamente tal.
Tres décadas antes del fantástico alunizaje de Méliès, se dejó oír en toda Rusia el rugido de un león. La novela Guerra y Paz de León Tolstói hacía su aparición en su versión integral (previamente se había publicado en fascículos de revista). Con el correr de las décadas, el impacto de esta obra alcanzaría ribetes mundiales y el matrimonio entre la literatura y el cine enfrentaría uno de sus grandes desafíos: llevar a la gran pantalla la cúspide literaria del león ruso.
En este artículo revisaremos dos adaptaciones de Guerra y Paz: la versión hollywoodense que King Vidor estrenó a todo color en 1956 y la versión rusa que Serguéi Bondarchuk dirigió y protagonizó diez años más tarde. Intentaremos, además, no revelar pasajes sensibles (spoilers en inglés) que arruinen la lectura o la visión de las películas recién individualizadas.

Natasha (Audrey Hepburn) y Pierre (Henry Fonda). «Guerra y paz», de King Vidor. Fuente: TheCinemaArchives.com
Una constelación de estrellas
Imaginemos por un momento a Henry Fonda, Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Anita Ekberg y Vittorio Gassman compartiendo el plató. En 1956 no hizo falta imaginarlo: esta constelación de estrellas se dio cita bajo la dirección de King Vidor, en una producción italoestadounidense que, aunque es fiel a la novela de Tolstói, se permite mayores libertades en comparación a su par rusa. Huelga decir que la literatura y el cine poseen lenguajes propios, tal que, reinterpretar en clave audiovisual una obra literaria, dará siempre como resultado una obra independiente, con sentido y vida propia, que además responderá a la interpretación y sensibilidad de guionistas, directores y productores, entre otros agentes con intereses involucrados.
En la versión hollywoodense la historia comienza con una brevísima introducción que da contexto histórico a la trama. En seguida, asistimos a un vistoso desfile del ejército ruso. Luego, es el turno del conde Iliá Rostov (Barry Jones) y de Pierre Bezújov (Henry Fonda), quienes, asomados a la ventana, comentan el desfile, intercambiando, con confianza y camaradería, sus posiciones políticas en torno a la figura de Napoleón Bonaparte. La discusión no produce ningún tipo de roce ni incomodidad entre ellos. En ese álgido momento histórico por el cual atraviesa Europa, hablan de Bonaparte con ligereza, casi con ingenuidad, como si uno defendiese los días de sol y el otro, las tardes de viento y lluvia. Por último, Natasha Rostov (Audrey Hepburn) aparece en escena con vistosa frescura y cándida jovialidad, e inicia un chispeante diálogo con Pierre.

Pierre (Henry Fonda) y Helena (Anita Ekberg ). «Guerra y paz», de King Vidor. Fuente: TheCinemaArchives.com
En la versión dirigida por Bondarchuk, es la naturaleza la primera en aparecer en escena. Se funden en pantalla la vegetación a ras de suelo con el bosque visto desde las alturas, le sigue el amplio panorama de una planicie y luego un río y un paisaje abierto donde se establece un diálogo en off entre esa naturaleza y los ecos de la guerra, con estallidos, disparos y el grito agónico de un soldado. En seguida, oímos la voz del narrador que nos acompañará desde aquí en adelante. Tras los créditos, se nos indica: San Petersburgo, año 1805. Pierre Bezújov (Bondarchuk) se pasea, taciturno, por el salón de Anna Pávlovna Sherer (Angelina Stepanova), quien anima a sus nobles invitados con una conversación en francés. En seguida, aparecen en escena Liza Bolkónskaya (Anastasiya Vertinskaya), Helena Kuráguina (Irina Skobtseva) y el príncipe Andréi Bolkonski (Vyacheslav Tikhonov). Los diálogos de los invitados, que combinan con naturalidad el francés y el ruso, se construyen en torno a la polémica figura de Bonaparte. De inmediato. percibimos tensión en el ambiente.
Estos dos arranques, condensados en breves segundos, son suficientes para comprender el tono que tendrá el relato de cada producción. Mientras la versión hollywoodense se enfocará en retratar las relaciones románticas, con especial atención en la dupla compuesta por Pierre y Natasha, procurará, además, construir alrededor de estos personajes un relato épico, heróico y romántico, de marcado carácter optimista, y casi bucólico; su par rusa, por contrapartida, es mucho más ambiciosa y abarcará la obra de Tolstói desde el punto de vista histórico, romántico, dramático, bélico, espiritual y filosófico.

Natasha Rostov (Ludmila Savelyeva). «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
La voz en off del narrador es un acierto en la versión rusa, porque expresa aquello que no pueden decir los personajes, desovilla el hilo conductor de la trama y guarda estrecha relación con las reflexiones que Tolstói incluyó en la novela. Además, esta versión incluye las voces internas y los pensamientos de los personajes, tal como ocurre en el texto original. En cambio, en la versión de King Vidor apenas sí se oye en alguna escena la voz interna de Natasha Rostov. Cabe señalar que la película de Hollywood bordea las tres horas y media, mientras su par rusa alcanza, dividida en cuatro partes, una totalidad de seis horas y un poco más.
Mientras la película que protagonizan Henry Fonda y Audrey Hepburn pasa frente a nuestros ojos a todo color, con un muy buen ritmo, preciosos decorados, vestuarios suntuosos y hermosas locaciones; la versión rusa ofrece un ritmo pausado, melancólico, sombrío, con un tempo más cercano al cine de Andréi Tarkovski y Alexandr Sokurov, donde el decorado deslumbra, el vestuario es preciso para cada escena y lugar, y las locaciones, los palacios y los salones de baile resultan apoteósicos, deslumbrantes, gigantescos. En la película de Serguéi Bondarchuk las escenas tienen espacio para respirar, el silencio tiene su lugar y los diálogos y situaciones ocurren sin prisa, fluyendo con naturalidad; es entonces que podemos disfrutar de actuaciones descollantes, llenas de matices y claroscuros; el actor que encarna a Andréi Bolkonski es un claro ejemplo de templanza y dominio, no cabe duda que su interpretación, como la de todo el elenco ruso, resulta más cercana a la novela de Tolstói.

Andréi Bolkonski (Vyacheslav Tikhonov). «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
¿El Horror vacui o la contemplación?
Tal como sucede con los lenguajes de la literatura y el cine, aquí también cabe consignar que el lenguaje hollywoodense tiene códigos bien establecidos que no coinciden con los códigos de la cinematografía rusa. Allí donde Hollywood tiende a rellenar los espacios con diálogos, música, baile, luces y acción en general (con pavor al horror vacui), la producción soviética se permite el silencio, la pausa, la acción ocurriendo en las sombras y finalmente, la contemplación. La película rusa replica el tono reflexivo y filosófico de la novela, alcanzando momentos de genuina poesía y produciendo ecos que es posible oír en producciones más recientes como La delgada línea roja de Terrence Malick. De muestra un botón: aquella escena donde el príncipe Andréi se enfrenta a la majestuosidad del cielo, protegido por una burbuja de silencio, la versión rusa la escenifica con tal maestría y sensibilidad que emociona y deslumbra, siendo este uno de los pasajes más hermosos de la película y la novela. La miniserie que la BBC presentó el año 2016, y que en este artículo solo mencionaremos de soslayo, también se hace cargo de este pasaje, a su modo y en sus propios términos. Y es que es tan relevante ese momento transformador en la novela, esa verdadera epifanía, lo mismo que el encuentro de Andréi con el viejo roble, que no se comprende que se queden fuera de la producción. La película rusa sí los contempla y lo hace con vuelo poético y esplendor.

Pierre Bezújov (Serguéi Bondarchuk). «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
Por supuesto, ambas producciones omiten pasajes y personajes del texto original. Es que, es muy complejo abarcar una historia monumental como esta, que tiene más de mil quinientas páginas y cerca quinientos personajes, sin descartar pasajes, familias o personajes secundarios. Tal es el caso del triángulo amoroso conformado por Nikolái, Sonia y la princesa María. De estas relaciones, la versión rusa se desentiende por completo. Mientras que en la versión hollywoodense se presentan de manera muy superficial, sin drama ni complejidad. De nuevo, la serie de la BBC, sí se hace cargo de este triángulo amoroso, con las renuncias, las conveniencias, el dolor y el amor que se corresponden con la obra original. Algo similar ocurre con la figura de Helena Bezújov, que ambas producciones tratan en ausencia y con suma delicadeza su vida licenciosa, mientras la serie de la BBC es mucho más explícita al respecto.
En la película de Bondarchuk el ritmo es generoso y adecuado (como mencionamos anteriormente), y se le da espacio y presencia a la dimensión filosófica de Guerra y Paz; a su vez, los personajes son profundos y complejos, y las batallas, épicas y realistas. La primera parte de la película, que es también la más extensa, con cerca de dos horas y media, es en todo impresionante. En ella, Bondarchuk se luce con planos secuencia de batallas multitudinarias y con planos generales que forman un lienzo humano impresionante. A lo largo de la película convergen la música, la fotografía, las actuaciones y la escenografía en un altísimo nivel. Cabe destacar, además, el estándar de la producción rusa, que cuenta con llamativas técnicas narrativas que mantienen en alto el valioso acervo de su cinematografía, con el respaldo cultural de maestros como Serguéi Eisenstein y Mikhail Kalatozov. El filme es un prodigio que suma planos secuencia, primeros planos, contrapicados, imágenes cenitales, planos detalle, pantalla dividida para escenas simultáneas, fotografías, escenas en blanco y negro y una gran variedad de recursos técnicos que aportan significativamente a la narración.

Escena de fusilamieto. «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
En el campo de batalla, ¿quién es fiel?
Las batallas de Austerlitz y Borodinó dejan al espectador sin aliento. Poseen ambas una coreografía de la destrucción, verdaderos óleos dignos del Hermitage, que dejan en evidencia el horror de la guerra y su altísimo costo en vidas humanas. Por su parte, el saqueo y el incendio de Moscú ofrece pasajes vertiginosos, de gran factura técnica y poder narrativo, haciendo énfasis en la codicia del ejército invasor y en la nobleza del ejército ruso. Como era de esperar, se advierte el tono nacionalista y reinvindicativo del filme (sin exageraciones), considerando que fue estrenada en plena Guerra Fría. Lamentablemente, la versión hollywoodense desarrolla sus batallas sobre praderas de inmaculado verdor y carentes de verosimilitud. El frío extremo, la nieve, el barro, el humo, el fuego, el viento, las cenizas; la devastación, el sin sentido y la destrucción de la versión rusa acaban eclipsando el azul encanto tecnicolor de esa deliciosa fantasía filmada por King Vidor. Adicionalmente, allí donde Bondarchuk ofrece un retrato histórico y objetivo de Napoleón Bonaparte, Vidor nos entrega la caricatura de un hombrecito colérico, ambicioso e irascible, en su lectura más simple y superficial; en otras palabras, nos entrega un estereotipo.

Napoléon Bonaparte (Vladislav Strzhelchik). «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
Es curioso como ambas adaptaciones se mantienen fieles a la obra de Tolstói, con sus libertades y omisiones, ya está dicho. Sin embargo, pese a esa cercanía y respeto por la obra original, la rusa se alza como una auténtica obra maestra, mientras la hollywoodense se queda en la fantasía romántica del amor en tiempos de guerra. La rusa es soberbia y contenida donde la italoestadounidense es superficial y sensiblera. La rusa es un monumento al cine, la hollywoodense es apenas una estatua para el paseo de la fama. La rusa es una obra de arte y su par norteamericana es un producto para la entretención. Pero a no engañarse con nuestras palabras: por sí misma, Guerra y Paz, de King Vidor, y su magnífica constelación de estrellas, es una gran película, entretenida, alegre, colorida, que ofrece un correcto y contenido Pierre Bezújov y una chispeante y deliciosa Natasha Rostov. El problema radica en que está basada en una obra maestra de la literatura, de la cual apenas deja ver su superficie, rascando con sus uñas lisas la primera capa de una obra que ofrece múltiples lecturas, y forjando además el sello de estas producciones estadounidenses: no hay matices en sus personajes, bajo una lógica maniquea los buenos son buenos, los malos son malos y no hay más. En cambio, la versión rusa, se enfrenta a todos los matices de la novela original y los vuelca magistralmente a la pantalla, y, no menor, en su idioma original. Aquí asistimos al paso del tiempo, cronológico y meteorológico, evidenciado los cambios físicos de los personajes con verosimilitud, cuestión que no es posible apreciar en la versión hollywoodense. Y de esto mismo adolece la versión de la BBC: no se nota el paso del tiempo en los personajes y, paradoja de por medio, la serie posee un ritmo acelerado y pretende abarcar mucho, sin dejar espacio suficiente para que las escenas, los diálogos y los personajes respiren y se desarrollen adecuadamente. Una cuestión a favor para la BBC: Pierre, encarnado por un siempre notable Paul Dano, pasa por todas las transformaciones de su carácter, su moral y su ideología. Esto no ocurre en la versión de Hollywood y tampoco en su par rusa, donde ni siquiera se menciona su paso por la francmasonería. Sí resulta destacable la transformación física de Pierre en la adaptación rusa y los momentos de delirio, dudas e introspección que sufre el personaje a lo largo de la historia.

Natasha Rostov (Ludmila Savelyeva). «Guerra y paz», de Serguéi Bondarchuk. Fotograma.
Luces en el cielo de Moscú
Para resaltar: Ludmila Savelyeva en el papel de Natasha es perfecta, su tránsito de niña a mujer es convincente, la relación con el amor que la ilusiona, la aprisiona, la trastorna y la libera producen ecos en cada una de sus transformaciones (físicas, morales y espirituales); la expresividad de su rostro (y particularmente de sus ojos), la gracia de sus movimientos y el dominio absoluto sobre su personaje la eleva dentro de un reparto tan cuidado que no presenta fisuras. También destaca Serguéi Bondarchuk interpretando a un Pierre Bezújov complejo, cobarde, sumiso, con arrestos de valentía e inspiración vocacional; el suyo es uno de los personajes más dinámicos de la novela de Tolstói y el actor y director ruso lo interpreta de forma magistral. Por último, cabe destacar a Jessie Buckley, que en la serie de la BBC encarna a una princesa María que está a la altura de su personaje. Se trata de una María angustiada, sufriente y dolorosa; una mujer devota y solitaria, sumisa y obediente, con un espíritu aplastado y gris; un fantasma que deambula como intentando pasar inadvertido, sin emitir sonido alguno y con una personalidad eclipsada constantemente por la implacable sombra de su padre. Este es un papel difícil de interpretar porque se expresa más con gestos que con palabras. Y es verdad que son muchos los personajes que merecen especial atención, sobre todo en la producción rusa y en la serie de la BBC, no obstante, no podemos abusar de la paciencia del lector a quien por cierto agradecemos haber llegado hasta aquí.

Natasha (Lily James) y Andréi (James Norton). «Guerra y paz», miniserie de la BBC. Fuente: Prime Video.
En el colofón dejamos extendida la invitación para sumergirse en la lectura de esta novela. Es cierto que Guerra y Paz es una obra de gran aliento y su sola extensión abruma a los potenciales lectores. Sin embargo, a quienes aún no se han animado a leerla, podemos asegurarles que no solo descubrirán una obra excepcional, también disfrutarán de una novela entretenidísima, que no es difícil de leer (¡no es Ulises, de James Joyce!), y es además una novela que combina a la perfección diversos subgéneros, urdiendo una trama en torno a hechos históricos, con apego a la realidad y con personajes creíbles, entrañables —muchos de ellos— y sumamente atractivos para cualquier tipo de lector. Y a partir de aquí, te hablo a ti: da lo mismo si demoras uno, dos, seis meses o un año en leer esta novela. Dedícale el tiempo que haga falta. Léela cuando te nazca y cuando en ti surja un interés genuino. Y avanza a tu ritmo, sin prisa y con decisión. Al final del viaje, y esto es seguro, habrá valido la pena. Luego, si quieres, dedícale un tiempo a disfrutar de alguna de estas adaptaciones cinematográficas. Todas tienen algo valioso que ofrecer y en cada una de ellas encontrarás un aporte, ya sea un detalle que has pasado por alto, un acierto fotográfico, una música estremecedora, actuaciones deslumbrantes, un diálogo revelador, una perspectiva nueva, o por qué no, una experiencia verdaderamente enriquecedora.